"Estimado Sr. Carcelero,
Le agradezco sobremanera que me haya quitado la mordaza. Créame que el hedor provocado por la falta de retrete en esta celda, los prietos grilletes de hierro oxidado y la inasaciable voracidad de las ratas, no me preocupaban tanto como ese funesto trozo de trapo que comprimía mis labios y laceraba mi nuca. ¿acaso no hay medio más cruel para rebajar mi dignidad, que aplicarme un vendaje compresivo hecho con una tela tan poco conjuntada con mi vestimenta? A la luz salta que soy un gentilhombre de alta alcurnia, no tiene nada más que ver mi porte distinguido, ese sayo hecho de telas de Flandes, esas calzas de bordado inglés; ¿es que no disponen de retales de seda para ocasiones como la presente, con un prisionero de mi estirpe?
Podrán sojuzgar mis palabras, podrán obstruir mi aliento, podrán incluso acallar mi voz; mas no podrán nunca hacerme olvidar quien pretendo ser."
Esa es la mentira piadosa de la libertad de expresión en nuestro tiempo.
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