miércoles, 22 de agosto de 2012

Libros




Antes tenía libros.
Libros que hablaban de orografías de montañas distantes, de cotumbres de tribus perdidas, de viajes por paraísos olvidados, de guerras de épocas pasadas.
Libros que narraban sueños de desconocidos, anhelos de amantes frustrados, ansias de caudillos vencidos, alegrías de niños muertos y tristezas de viejos recién nacidos.
Tratados de física, ensayos de filosofía, códigos de derecho, manuales de informática, diccionarios de idiomas; novelas, antologías, epistolarios, guías de viaje, cómics, biografías.
Volúmenes repletos de páginas, páginas llenas de palabras, palabras saturadas de letras y letras abarrotadas, henchidas y desbordadas hasta el hartazgo de tinta sucia y corrosiva, unas veces difuminada por el paso del tiempo, otras desdibujada por el efecto de la lluvia.
Todo el saber, comprimido y encuadernado en tapa blanda y agraciado con portadas sobrias, de motivos florales o de escenas mitológicas.
Todo un saber vano, fatuo, inservible y vacío.
Antes, tenía libros.
Ahora, sólo espero el momento de lanzar al fuego todos y cada uno de ellos, y asi, empezar de nuevo la biblioteca; pero esta vez, sin ni un solo libro que no hable de lo que yo he vivido.