sábado, 6 de julio de 2013

Comas suspensivas

A veces es necesario dejar que un poco de poesía entre en nuestra vida.
Mirar el arcoiris, sonreirse ante la risa inocente de un niño o cantarle a la belleza de las flores, por muy ñoño que todo ello resulte, y aunque no haya llovido en seis meses, el niño en cuestión esté berreando a moco tendido y las flores estén mustias, o por muy alérgico que sea uno.
Ante el desbarajuste del día a día, sólo queda encerrarse en un museo a puerta cerrada, y secuestrar al espíritu de Van Gogh pistola en mano, para mirar durante horas y horas y horas un cuadro, hasta agotarlo, hasta beber exhausto de sus líneas todo el óleo y toda la hermosura que contiene. 

 
Y entonces, saciado, una vez cometido el crimen y vacío el lienzo, entregarse al vilgilante del museo, a la policía, al FBI, a la NASA o a quien se tercie, y volver a la condena de la rutina diraria.
 
Y esperar a que vuelva a llover, a que el niño vuelva a reír, y a que las flores vuelvan a florecer.
 
Que San Rod Stewart os bendiga.