viernes, 5 de enero de 2018

Cuento de navidad

Comenzó una tarde cualquiera. Al principio pareció como si desde el manto de nieve que cubría las calles, unos pequeños copos quisieran despegarse de la superficie y alzarse poco a poco unos centímetros, desafiando la ley de la gravedad. A cada instante los copos se elevaban con mayor velocidad hacia el cielo, impulsados por una fuerza invisible que sin embargo no afectaba a seres, árboles o edificios, hasta dejar las calles totalmente impolutas, para asombro de elfos y renos. De pronto, los copos de nieve detuvieron su ascenso y quedaron suspendidos por un instante sobre las cabezas que los observaban desde la superficie, como una constelación de brillantes estrellas en la noche; súbitamente, sin saber ni cómo ni porqué, los fragmentos de nieve salieron disparados en todas direcciones. Los renos corrieron despavoridos a los establos, y los elfos se precipitaron gritando hacia la cabaña del anciano. En solo unos minutos la nieve comenzó a depositarse paulatinamente sobre la superficie, ocupando su posición original.  El anciano salió en ese momento de la cabaña, precedido de los aterrados elfos, alzó su vista al cielo sin nubes y se agachó para comprobar la textura de la nieve. Entonces volvió a repetirse la misma secuencia de hechos: los copos comenzaron a elevarse lentamente y sin pausa del suelo, ante lo cual los elfos irrumpieron presa del miedo de nuevo en la cabaña. El anciano se atusó la barba cana, miró fijamente al firmamento, y esbozó una amplia sonrisa: era la señal de que ya había llegado la época del año.

Al calor del hogar y bajo el abeto adornado, el niño giró hacia abajo la bola de cristal, la puso de nuevo boca arriba y la volvió a agitar con fuerza. 

sábado, 6 de julio de 2013

Comas suspensivas

A veces es necesario dejar que un poco de poesía entre en nuestra vida.
Mirar el arcoiris, sonreirse ante la risa inocente de un niño o cantarle a la belleza de las flores, por muy ñoño que todo ello resulte, y aunque no haya llovido en seis meses, el niño en cuestión esté berreando a moco tendido y las flores estén mustias, o por muy alérgico que sea uno.
Ante el desbarajuste del día a día, sólo queda encerrarse en un museo a puerta cerrada, y secuestrar al espíritu de Van Gogh pistola en mano, para mirar durante horas y horas y horas un cuadro, hasta agotarlo, hasta beber exhausto de sus líneas todo el óleo y toda la hermosura que contiene. 

 
Y entonces, saciado, una vez cometido el crimen y vacío el lienzo, entregarse al vilgilante del museo, a la policía, al FBI, a la NASA o a quien se tercie, y volver a la condena de la rutina diraria.
 
Y esperar a que vuelva a llover, a que el niño vuelva a reír, y a que las flores vuelvan a florecer.
 
Que San Rod Stewart os bendiga.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Libros




Antes tenía libros.
Libros que hablaban de orografías de montañas distantes, de cotumbres de tribus perdidas, de viajes por paraísos olvidados, de guerras de épocas pasadas.
Libros que narraban sueños de desconocidos, anhelos de amantes frustrados, ansias de caudillos vencidos, alegrías de niños muertos y tristezas de viejos recién nacidos.
Tratados de física, ensayos de filosofía, códigos de derecho, manuales de informática, diccionarios de idiomas; novelas, antologías, epistolarios, guías de viaje, cómics, biografías.
Volúmenes repletos de páginas, páginas llenas de palabras, palabras saturadas de letras y letras abarrotadas, henchidas y desbordadas hasta el hartazgo de tinta sucia y corrosiva, unas veces difuminada por el paso del tiempo, otras desdibujada por el efecto de la lluvia.
Todo el saber, comprimido y encuadernado en tapa blanda y agraciado con portadas sobrias, de motivos florales o de escenas mitológicas.
Todo un saber vano, fatuo, inservible y vacío.
Antes, tenía libros.
Ahora, sólo espero el momento de lanzar al fuego todos y cada uno de ellos, y asi, empezar de nuevo la biblioteca; pero esta vez, sin ni un solo libro que no hable de lo que yo he vivido.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Libro de acordes para Balalaika

La Almudaina de Palma, en el crepúsculo;
o el crepúsculo, en la Almudaina.

Resulta muy curioso pensar que nadie nos ha enseñado a correr. Desde pequeños, nuestros padres nos estimulan a gatear, a erigirnos, a dar nuestros primeros pasos, titubeantes entre sus brazos, y sobre todo, a levantarnos cuando nos caemos, una y otra vez, hasta que la práctica y esa extraña mezcla de ingenuidad, autoafirmación y temeridad que caracteriza a los niños, nos hace ser capaces de andar por nosotros mismos.

Pero nadie nos enseña a correr.
Eso lo aprendemos absolutamente todos, cada uno por sí solo.Y bien pronto.

Porque correr no es andar rápido, no es simplemente ejercer una destreza ya adquirida con mayor agilidad y velocidad, no. Correr supone preparar nuestro cuerpo para un nivel superior de exigencia, proporcionado a unas circunstancias especiales, ante las cuales decidimos que no es suficiente caminar, sino que es necesaria otra cosa distinta. Escapar de un peligro, alcanzar un autobús, ganar una competición... ¿qué proceso racional o intuitivo nos conduce a ello? y sobre todo, ¿cómo aprendemos desde niños a elaborar ese proceso, sin conseguirlo imitando la conducta de los demás? 

Quizá haya otros muchos procesos que albergamos en nuestra mente, y que no somos capaces de descifrar. Tan evidentes, tan inmediatos, tan urgentes, y tan desconocidos. Y tan necesarios.

viernes, 27 de enero de 2012

Agua. Tocado. Hundido. Parte I










Nunca imaginé vivir en una isla rodeado de agua. De hecho nunca imaginé que pudiera haber tanta agua junta.


Pero la hay.



Es una sensación extraña, y reconfortante a la vez. Extraña porque allá donde mires todo es azul, como un mitín del PP en un pabellón cubierto, visto desde el techo. Y reconfortante porque afortunadamente no hay ningún político hablando.


Dicen que con el calor el agua se evapora. Mentira; por más sol que haga, sigue habiendo la misma agua. Si ésta se evaporase nos meteríamos en el mar y al rato estaríamos bañándonos en seco. No creo que tal afirmación esté científicamente probada; o seguramente el que la proclamó debía de vivir en una cueva en Alcaudete rodeado de olivos.



También hay muchas gaviotas, pero menos que agua. Al amanecer se reúnen en grupos de a siete en el puerto y se ponen a graznar como si no hubiera mañana. Pero luego no pasa nada, la vida sigue y la furgoneta de Bollería Martínez pasa puntual para el reparto matutino de sobaos pasiegos. Debe ser muy frustrante ser gaviota. El día que se acabe el mundo las gaviotas mirarán nuestros cadáveres con satisfacción diciendo "Te lo dije, humano, te lo dije".



Luego está la arena. Es una especie de harina caducada que a veces encuentras entre colillas, algas secas, cascos de botella, bolsas del Lidl y otra serie de componentes químicos comunes a todas las playas. Ya es mala suerte salir del agua y sentarte encima de un montículo de arena, pues quedas parcialmente rebozado como las croquetas de oferta (mucho más higiénicas las bolsas de Lidl para estos menesteres, donde va a parar).



En esta isla no hay vendedores de higos chumbos pelados, como en las playas del Sur. Sí hay masajistas presuntamente thailandesas. Un empresario avispado sabría aunar esfuerzos y sacar beneficio, porque no debe haber mayor placer que que te den un masaje thai sobre la arena (mejor dicho, sobre las bolsas del Lidl) mientras te comes un higo chumbo. O un sobao pasiego. O todo a la vez, bajo la mirada amenazante de las gaviotas frustradas.



Saludos desde Alcaudete.



Que San Rod Stewart os bendiga.


lunes, 5 de diciembre de 2011

Aux armes citoyens!!




En ese permanente estado de arrebato y rebelión que provoca el creciente número de parados, la impotencia de nuestros gobernantes y el olor a calcetín rancio, uno no puede por menos que pensar que alguien ha de levantar los puños -y parte del antebrazo- y decir basta ante tal número de tropelías y despropósitos; tanto más cuanto mayor es el número de desempleados, equivalente la incompetencia de los dirigientes electos, y menor el número de calcetines limpios.




Desolado e indignado como Mafalda ante un plato de sopa, al ciudadano medio (es decir, el que no es ni muy alto ni muy bajo) sólo le queda abocarse a las calles y protestar en masa informe reivindicando sus derechos frente a la delegación del gobierno y las tiendas de Calzedonia. Los severos recortes anunciados por todas las administraciones públicas (incluida la de los Reyes Magos, que se han visto obligados a desplazarse los tres en un solo camello) nos dejan las mismas alternativas de acción que una partida de ajedrez que acaba en tablas por rey ahogado, en la que lo que siempre había parecido una clara victoria se convierte por torpeza o falta de previsión en un empate técnico que a ningún jugador satisface. Así, lo que durante la última década parecía una victoria del estado social y democrático de derecho (sic), se ha convertido en una amarga derrota que se ha llevado por delante economías domésticas, avances sociales, y tiendas de medias y complementos.




Es lógico que en estas circunstancias, el pueblo (bendita palabra, que comunistas y fascistas usan por igual) eleve sus protestas cual turba enfurecida y demande cambios estructurales, sustentada en los irrebatibles argumentos que dan la indignación, los palos y las antorchas.




Sin embargo, es muy difícil concebir que una vez pasadas las elecciones generales, las aguas vuelvan a su cauce y los ánimos se templen, como si depositar una papeleta en una urna fuera el consuelo último y eficaz a todos los males de nuestro sistema de gobierno. Es ahora, si cabe, cuando hay que reclamar de nuestros dirigentes medidas que promuevan el empleo sin pérdida de derechos sociales, control de la acción de gobierno, y mudas limpias de Punto Blanco; es ahora cuando la voz ha de alzarse con aún más ahínco, y hacerse oir en el Congreso de los Diputados, en los Ayuntamientos y las Diputaciones, y hasta en los probadores del Bershka si fuera necesario.




Porque la indignación y la reivindicación de nuestros legítimos derechos no se marchita como la flor de un día, ni se evapora como el rocío de la mañana, ni se extingue como la llama de un mechero, ni se cambia y se deja de lado como un par de calcetines sucios.




Es ahora cuando hay que romper el tablero de ajedrez, para que no ganen los de siempre.




Que San Rod Stewart os bendiga.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La celda de uno mismo

"Estimado Sr. Carcelero,

Le agradezco sobremanera que me haya quitado la mordaza. Créame que el hedor provocado por la falta de retrete en esta celda, los prietos grilletes de hierro oxidado y la inasaciable voracidad de las ratas, no me preocupaban tanto como ese funesto trozo de trapo que comprimía mis labios y laceraba mi nuca. ¿acaso no hay medio más cruel para rebajar mi dignidad, que aplicarme un vendaje compresivo hecho con una tela tan poco conjuntada con mi vestimenta? A la luz salta que soy un gentilhombre de alta alcurnia, no tiene nada más que ver mi porte distinguido, ese sayo hecho de telas de Flandes, esas calzas de bordado inglés; ¿es que no disponen de retales de seda para ocasiones como la presente, con un prisionero de mi estirpe?

Podrán sojuzgar mis palabras, podrán obstruir mi aliento, podrán incluso acallar mi voz; mas no podrán nunca hacerme olvidar quien pretendo ser."

Esa es la mentira piadosa de la libertad de expresión en nuestro tiempo.