miércoles, 9 de noviembre de 2011

La celda de uno mismo

"Estimado Sr. Carcelero,

Le agradezco sobremanera que me haya quitado la mordaza. Créame que el hedor provocado por la falta de retrete en esta celda, los prietos grilletes de hierro oxidado y la inasaciable voracidad de las ratas, no me preocupaban tanto como ese funesto trozo de trapo que comprimía mis labios y laceraba mi nuca. ¿acaso no hay medio más cruel para rebajar mi dignidad, que aplicarme un vendaje compresivo hecho con una tela tan poco conjuntada con mi vestimenta? A la luz salta que soy un gentilhombre de alta alcurnia, no tiene nada más que ver mi porte distinguido, ese sayo hecho de telas de Flandes, esas calzas de bordado inglés; ¿es que no disponen de retales de seda para ocasiones como la presente, con un prisionero de mi estirpe?

Podrán sojuzgar mis palabras, podrán obstruir mi aliento, podrán incluso acallar mi voz; mas no podrán nunca hacerme olvidar quien pretendo ser."

Esa es la mentira piadosa de la libertad de expresión en nuestro tiempo.

martes, 1 de noviembre de 2011

Absolución de los pecados y lomo al ajillo



Pasadas las fechas en que se rememora esa castiza y muy nuestra festividad del Halloween, me he autoimpuesto la obligación de escribir cada día y dedicar un mínimo de tiempo a ello, no tanto por un afán de protagonismo o por llamar la atención, sino para pulir la expresión escrita fuera de contratos y demandas varias, como la interpuesta contra Lapices Alpino por la destrucción integral del Amazonas y parte de la Sierra de Güejar.

Así, mientras emgullía un lomo al ajillo en la proverbial y nunca-suficientemente-ponderada tasca de Manolo, llegué a la conclusión que el único acto redentor del hombre es entregarse a su prójimo por medio de la expresión artística, canalizada en este caso por la expresión literaria; sólo así, se puede conseguir la íntima unión entre dos almas y sus consustanciales ideas.
Aunque, bien pensado, otro posible medio para entregarte a tu prójimo es devorar su cerebro, pues es tal una forma bien directa de asumir su espíritu y aprehender sus opiniones (y de paso sus nutrientes).

Por tanto, amigos zombis o humanos en fase de persecución por los no-vivos, unámonos todos en íntima comunión y ayuntamiento carnal y espiritual para una mayor cohesión grupal, y por ende, gastronómica.

Que el zombi de San Rod Stewart os proteja.