miércoles, 22 de agosto de 2012

Libros




Antes tenía libros.
Libros que hablaban de orografías de montañas distantes, de cotumbres de tribus perdidas, de viajes por paraísos olvidados, de guerras de épocas pasadas.
Libros que narraban sueños de desconocidos, anhelos de amantes frustrados, ansias de caudillos vencidos, alegrías de niños muertos y tristezas de viejos recién nacidos.
Tratados de física, ensayos de filosofía, códigos de derecho, manuales de informática, diccionarios de idiomas; novelas, antologías, epistolarios, guías de viaje, cómics, biografías.
Volúmenes repletos de páginas, páginas llenas de palabras, palabras saturadas de letras y letras abarrotadas, henchidas y desbordadas hasta el hartazgo de tinta sucia y corrosiva, unas veces difuminada por el paso del tiempo, otras desdibujada por el efecto de la lluvia.
Todo el saber, comprimido y encuadernado en tapa blanda y agraciado con portadas sobrias, de motivos florales o de escenas mitológicas.
Todo un saber vano, fatuo, inservible y vacío.
Antes, tenía libros.
Ahora, sólo espero el momento de lanzar al fuego todos y cada uno de ellos, y asi, empezar de nuevo la biblioteca; pero esta vez, sin ni un solo libro que no hable de lo que yo he vivido.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Libro de acordes para Balalaika

La Almudaina de Palma, en el crepúsculo;
o el crepúsculo, en la Almudaina.

Resulta muy curioso pensar que nadie nos ha enseñado a correr. Desde pequeños, nuestros padres nos estimulan a gatear, a erigirnos, a dar nuestros primeros pasos, titubeantes entre sus brazos, y sobre todo, a levantarnos cuando nos caemos, una y otra vez, hasta que la práctica y esa extraña mezcla de ingenuidad, autoafirmación y temeridad que caracteriza a los niños, nos hace ser capaces de andar por nosotros mismos.

Pero nadie nos enseña a correr.
Eso lo aprendemos absolutamente todos, cada uno por sí solo.Y bien pronto.

Porque correr no es andar rápido, no es simplemente ejercer una destreza ya adquirida con mayor agilidad y velocidad, no. Correr supone preparar nuestro cuerpo para un nivel superior de exigencia, proporcionado a unas circunstancias especiales, ante las cuales decidimos que no es suficiente caminar, sino que es necesaria otra cosa distinta. Escapar de un peligro, alcanzar un autobús, ganar una competición... ¿qué proceso racional o intuitivo nos conduce a ello? y sobre todo, ¿cómo aprendemos desde niños a elaborar ese proceso, sin conseguirlo imitando la conducta de los demás? 

Quizá haya otros muchos procesos que albergamos en nuestra mente, y que no somos capaces de descifrar. Tan evidentes, tan inmediatos, tan urgentes, y tan desconocidos. Y tan necesarios.

viernes, 27 de enero de 2012

Agua. Tocado. Hundido. Parte I










Nunca imaginé vivir en una isla rodeado de agua. De hecho nunca imaginé que pudiera haber tanta agua junta.


Pero la hay.



Es una sensación extraña, y reconfortante a la vez. Extraña porque allá donde mires todo es azul, como un mitín del PP en un pabellón cubierto, visto desde el techo. Y reconfortante porque afortunadamente no hay ningún político hablando.


Dicen que con el calor el agua se evapora. Mentira; por más sol que haga, sigue habiendo la misma agua. Si ésta se evaporase nos meteríamos en el mar y al rato estaríamos bañándonos en seco. No creo que tal afirmación esté científicamente probada; o seguramente el que la proclamó debía de vivir en una cueva en Alcaudete rodeado de olivos.



También hay muchas gaviotas, pero menos que agua. Al amanecer se reúnen en grupos de a siete en el puerto y se ponen a graznar como si no hubiera mañana. Pero luego no pasa nada, la vida sigue y la furgoneta de Bollería Martínez pasa puntual para el reparto matutino de sobaos pasiegos. Debe ser muy frustrante ser gaviota. El día que se acabe el mundo las gaviotas mirarán nuestros cadáveres con satisfacción diciendo "Te lo dije, humano, te lo dije".



Luego está la arena. Es una especie de harina caducada que a veces encuentras entre colillas, algas secas, cascos de botella, bolsas del Lidl y otra serie de componentes químicos comunes a todas las playas. Ya es mala suerte salir del agua y sentarte encima de un montículo de arena, pues quedas parcialmente rebozado como las croquetas de oferta (mucho más higiénicas las bolsas de Lidl para estos menesteres, donde va a parar).



En esta isla no hay vendedores de higos chumbos pelados, como en las playas del Sur. Sí hay masajistas presuntamente thailandesas. Un empresario avispado sabría aunar esfuerzos y sacar beneficio, porque no debe haber mayor placer que que te den un masaje thai sobre la arena (mejor dicho, sobre las bolsas del Lidl) mientras te comes un higo chumbo. O un sobao pasiego. O todo a la vez, bajo la mirada amenazante de las gaviotas frustradas.



Saludos desde Alcaudete.



Que San Rod Stewart os bendiga.