viernes, 5 de enero de 2018

Cuento de navidad

Comenzó una tarde cualquiera. Al principio pareció como si desde el manto de nieve que cubría las calles, unos pequeños copos quisieran despegarse de la superficie y alzarse poco a poco unos centímetros, desafiando la ley de la gravedad. A cada instante los copos se elevaban con mayor velocidad hacia el cielo, impulsados por una fuerza invisible que sin embargo no afectaba a seres, árboles o edificios, hasta dejar las calles totalmente impolutas, para asombro de elfos y renos. De pronto, los copos de nieve detuvieron su ascenso y quedaron suspendidos por un instante sobre las cabezas que los observaban desde la superficie, como una constelación de brillantes estrellas en la noche; súbitamente, sin saber ni cómo ni porqué, los fragmentos de nieve salieron disparados en todas direcciones. Los renos corrieron despavoridos a los establos, y los elfos se precipitaron gritando hacia la cabaña del anciano. En solo unos minutos la nieve comenzó a depositarse paulatinamente sobre la superficie, ocupando su posición original.  El anciano salió en ese momento de la cabaña, precedido de los aterrados elfos, alzó su vista al cielo sin nubes y se agachó para comprobar la textura de la nieve. Entonces volvió a repetirse la misma secuencia de hechos: los copos comenzaron a elevarse lentamente y sin pausa del suelo, ante lo cual los elfos irrumpieron presa del miedo de nuevo en la cabaña. El anciano se atusó la barba cana, miró fijamente al firmamento, y esbozó una amplia sonrisa: era la señal de que ya había llegado la época del año.

Al calor del hogar y bajo el abeto adornado, el niño giró hacia abajo la bola de cristal, la puso de nuevo boca arriba y la volvió a agitar con fuerza. 

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