En ese permanente estado de arrebato y rebelión que provoca el creciente número de parados, la impotencia de nuestros gobernantes y el olor a calcetín rancio, uno no puede por menos que pensar que alguien ha de levantar los puños -y parte del antebrazo- y decir basta ante tal número de tropelías y despropósitos; tanto más cuanto mayor es el número de desempleados, equivalente la incompetencia de los dirigientes electos, y menor el número de calcetines limpios.
Desolado e indignado como Mafalda ante un plato de sopa, al ciudadano medio (es decir, el que no es ni muy alto ni muy bajo) sólo le queda abocarse a las calles y protestar en masa informe reivindicando sus derechos frente a la delegación del gobierno y las tiendas de Calzedonia. Los severos recortes anunciados por todas las administraciones públicas (incluida la de los Reyes Magos, que se han visto obligados a desplazarse los tres en un solo camello) nos dejan las mismas alternativas de acción que una partida de ajedrez que acaba en tablas por rey ahogado, en la que lo que siempre había parecido una clara victoria se convierte por torpeza o falta de previsión en un empate técnico que a ningún jugador satisface. Así, lo que durante la última década parecía una victoria del estado social y democrático de derecho (sic), se ha convertido en una amarga derrota que se ha llevado por delante economías domésticas, avances sociales, y tiendas de medias y complementos.
Es lógico que en estas circunstancias, el pueblo (bendita palabra, que comunistas y fascistas usan por igual) eleve sus protestas cual turba enfurecida y demande cambios estructurales, sustentada en los irrebatibles argumentos que dan la indignación, los palos y las antorchas.
Sin embargo, es muy difícil concebir que una vez pasadas las elecciones generales, las aguas vuelvan a su cauce y los ánimos se templen, como si depositar una papeleta en una urna fuera el consuelo último y eficaz a todos los males de nuestro sistema de gobierno. Es ahora, si cabe, cuando hay que reclamar de nuestros dirigentes medidas que promuevan el empleo sin pérdida de derechos sociales, control de la acción de gobierno, y mudas limpias de Punto Blanco; es ahora cuando la voz ha de alzarse con aún más ahínco, y hacerse oir en el Congreso de los Diputados, en los Ayuntamientos y las Diputaciones, y hasta en los probadores del Bershka si fuera necesario.
Porque la indignación y la reivindicación de nuestros legítimos derechos no se marchita como la flor de un día, ni se evapora como el rocío de la mañana, ni se extingue como la llama de un mechero, ni se cambia y se deja de lado como un par de calcetines sucios.
Es ahora cuando hay que romper el tablero de ajedrez, para que no ganen los de siempre.
Que San Rod Stewart os bendiga.
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