De vez en cuando me vienen a la mente recurerdos sutiles de infancia. Uno recurrente es el que me rememora aquellos momentos en que mi madre nos ponía a mi abuela y a mí a separar lentejas para el potaje, en concreto a distinguir las que eran aptas de ir a la olla de aquéllas otras más oscuras de la cuenta. Aquellos ratos que pasábamos sentados en la pequeña cocina al lado de la hornilla nos servían a los dos, seseta y tantos años de por medio, para echar un rato relajado en familia.
No he vuelto desde aquellos días a contar lentejas, ni siquiera a probar potajes caseros tan sabrosos; ahora sería incapaz de repetirlo, porque aún no domino la técnica de preparar semejante obra de arte gastronómica. Pero sí recuerdo aquellos ratos con añoranza. Algún día espero contar lentejas con mis nietos.
Que San Rod Stewart os bendiga a todos.
sábado, 14 de noviembre de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
La transgresión en Cortázar
Recuero la honda impresión que me causó el relato La noche boca arriba de Julio Cortázar la primera vez que lo leí (gracias Zafra por darme a conocer tal maravilla).
He aquí un enlace para los que aún no hayáis disfrutado este majestuoso relato corto (que os sugiero leer completo antes de seguir cone sta entrada):
En él Cortázar consigue adentrarnos en una trama donde se alternan la realidad con el mundo de los sueños, mas no de una manera bucólica y fantasiosa, sino con la crudeza de la tragedia que asola a los protagonistas y que se desvela en un desenlace sencillamente demoledor.
He ahí donde reside la auténtica transgresión de la realidad: en el viaje desde el mundo material al mundo de la ficción, sin saltos con pértiga ni agujeros negros, sino de una forma sutil e inevitable; Cortázar nos hace creer lo que no es, como si habiérmos hecho un largo trayecto por una carretera de montaña para descubrir, sin sobresaltos ni sorpresas, y una vez llegados a nuestro destino, que nosotros somos la misma montaña y que nunca ha existio tal trayecto.
En una sociedad en la que la imagen del transgresor se identifica con el típico rockero que podría ganar el record Guinnes a la mayor ingesta de drogas, o con el artista excéntrico que suliveya a los más incautos exponiendo sus excrementos enlatados en las más prestigiosas gelerías del mundo, este relato nos traslada a una sencilla cama de un hospital donde la realidad aparente da un giro absolutamente inesperado, sin que sepamos distinguir qué es verdad y qué es sueño.
Que San Rod Stewart os bendiga a todos.
lunes, 16 de marzo de 2009
Poesía, amor y torreznos
Allí estaba Jana. Esbelta como un poste de la luz, atrayente como un kilo de mantecaos en Navidá, sutil como un folio puesto de lao, aunque frágil como aquel jarrón de cristal que le rompimos a mi madre cuando éramos chicos jugando al fútbol y cuyas piezas, 25 años después, seguimos buscando mis hermanos y yo por el suelo.
La primera vez que la vi me causó una impresión inenarrable. Dicho de forma poética, me quedé que me cabía una sandía por el culo. Su pelo largo le caía por los hombros como el mocho de una fregona recién enjuagá; su piel, tersa como un melón recién cortao de la mata, resplandecía tenue bajo las bombillas de 40 watios del Lidl que alumbraban la clase; sus grandes ojos azules caían como dos chorreones de Bombay Saphire en mi vaso vacío.
Hallándome en un deplorable estado de hipnosis causado por tal presencia, convertido en un maniquí obnuvilado y atrofiada mi más elemental capacidad de entendimiento (si es que alguna vez he llegado a tenerla), ella dirigió su mirada hacia mí, esbozó una sonrisa y musitó unas palabras. Su voz era suave y aterciopelada como la de una sirena pidiendo una ración de calamares; su exótico acento denotaba su procedencia de la Europa oriental, aunque del contenido de su frase deduje que tenía que haber aprendido español en la Universidad de Alhendín:
-"¿eeeh, me dejah una hoja, poh-favóh?"
En ese momento le di la hoja, el bloc de notas, dos chirimoyos que llevaba pa merendar y hasta mi existencia entera.
La primera vez que la vi me causó una impresión inenarrable. Dicho de forma poética, me quedé que me cabía una sandía por el culo. Su pelo largo le caía por los hombros como el mocho de una fregona recién enjuagá; su piel, tersa como un melón recién cortao de la mata, resplandecía tenue bajo las bombillas de 40 watios del Lidl que alumbraban la clase; sus grandes ojos azules caían como dos chorreones de Bombay Saphire en mi vaso vacío.
Hallándome en un deplorable estado de hipnosis causado por tal presencia, convertido en un maniquí obnuvilado y atrofiada mi más elemental capacidad de entendimiento (si es que alguna vez he llegado a tenerla), ella dirigió su mirada hacia mí, esbozó una sonrisa y musitó unas palabras. Su voz era suave y aterciopelada como la de una sirena pidiendo una ración de calamares; su exótico acento denotaba su procedencia de la Europa oriental, aunque del contenido de su frase deduje que tenía que haber aprendido español en la Universidad de Alhendín:
-"¿eeeh, me dejah una hoja, poh-favóh?"
En ese momento le di la hoja, el bloc de notas, dos chirimoyos que llevaba pa merendar y hasta mi existencia entera.
miércoles, 11 de febrero de 2009
De por qué todas las mujeres me recuerdan a Leonor Watling.
Pues por una serie de motivos que no voy a enunciar en este blog.
En verdad el tema de la entrada es otro totalmente distinto, mucho más banal y mundano.
Hoy me han instalado la toma de tierra en el piso; me llena de alegría pensar que ya no hay peligro de que el día menos pensado me quede pegado a la vitrocerámica.
Ahora sólo me falta que me quiten las humedades de la pared (son como las caras de Bélmez, pero con moho) y que me traigan un gato. Ah, y el coche, que según parece me lo están dando en piezas por medio de fascículos, para que lo monte como si fuera un sofá del Ikea. El título del fascículo de esta semana es "tunea tu buga to wapo, tronco", con un extra a todo color sobre los modelos de loro de Blaupunkt que le puedes incrustar al salpicadero, y con él viene el reposa-cabezas del asiento del copiloto. Igual este sábado ya puedo pasearlo por Palma, para asombro de las nenas y satisfacción de los policías locales ponedores de multas.
Que San Rod Stewart os bendiga.
sábado, 31 de enero de 2009
El podólogo strikes again
Por petición popular (concretamente la realizada por el alcalde del municipio de Guardapolvos de la Marquesa en nombre de sus 37 habitantes), publico el relato al que un día los responsables de la Biblioteca de Palma cometieron el error de otorgar un segundo premio en un certamen de relatos cortos.
Espero que os guste.
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LA PROMESA
Durante aquellos días de Navidad decidí leer un libro que, siendo aún muy pequeño, me permitió aficionarme a la lectura e incluso me dio una profesión .
Recuerdo aquel día, cuando mi madre me dijo:
-Prepárate que vienes conmigo de excursión.
-¿A dónde?- pregunté emocionado- ¿Al circo? ¿Al zoo? ¿Al parque de atracciones?
-No. Al callista.
Ya en la consulta, mientras miraba los pies de mi madre, mi rostro reflejaba algo que ni de lejos se definiría como decepción. Para abstraerme del cotilleo que mi madre se traía con el podólogo, escarbé entre el montón de publicaciones clásicas de todo revistero, obras cumbre de la literatura como el Hola, el Semana y la omnipresente hoja semanal de sucesos escabrosos.
De pronto, bajo aquel alud de sensacionalismo y actualidad casposa, hallé un pequeño libro con las tapas de plástico gastadas titulado “El aprendiz de mago”. Comencé a leerlo con algo de desgana, pero me cautivó desde la segunda hoja. Narraba la historia de una chico estrafalario que un buen día conoció a un anciano en un parque, el cual empezó a explicarle los secretos de la magia y de cómo preparar potingues con hierbas que, empleando los hechizos adecuados, ayudarían a sus amigos a conseguir sus deseos.
El podólogo culminó su trabajo cuando aún iba por la mitad del libro
Sorprendido por tan inesperado hallazgo, ciertamente imprevisible en tal emplazamiento, le pregunté si podría llevarme el libro conmigo, prometiendo solemnemente que se lo devolvería cuando lo acabase.
El callista, centrado en recoger su instrumental, asintió con la cabeza sin levantar la vista. Ya en el zaguán, el hombre se me acercó sonriendo y me dijo:
-No te olvides de traerme el libro cuando acabes, ¿vale?. Si no lo haces, tendrás que venir a ayudarme como aprendiz a limar durezas y cortar uñas encarnadas.
Con toda la formalidad que podía tener a mis escasos 9 años, le prometí de nuevo que lo haría, asumiendo las consecuencias en caso contrario.
Cuando llegué a casa, reemprendí la lectura, quedándome fascinado por las aventuras del joven mago y su anciano maestro; llegué a apreciar tanto aquel libro, que yo mismo me negaba a devolvérselo al podólogo, pues me parecía injusto que algo tan bueno quedara de nuevo sepultado bajo las noticias de bodas de famosos y flirteos de celebridades descocadas. Por eso decidí que nunca le devolvería el libro a su propietario
Claro, que ello suponía que habría de cumplir con la palabra dada.
Así, al poco entré como aprendiz del callista, y conseguí que, al igual que al joven mago, se me revelaran ciertos secretos, mas en este caso sobre pies, uñas y juanetes. Al fin y al cabo, es una profesión bonita, y con los ungüentos que preparo ayudo a mis clientes a que vuelvan a caminar con comodidad.
Guardo en mi consulta el libro, bajo un montón de revistas del corazón, con la esperanza de que algún día un niño distraído venga y lo encuentre.
Recuerdo aquel día, cuando mi madre me dijo:
-Prepárate que vienes conmigo de excursión.
-¿A dónde?- pregunté emocionado- ¿Al circo? ¿Al zoo? ¿Al parque de atracciones?
-No. Al callista.
Ya en la consulta, mientras miraba los pies de mi madre, mi rostro reflejaba algo que ni de lejos se definiría como decepción. Para abstraerme del cotilleo que mi madre se traía con el podólogo, escarbé entre el montón de publicaciones clásicas de todo revistero, obras cumbre de la literatura como el Hola, el Semana y la omnipresente hoja semanal de sucesos escabrosos.
De pronto, bajo aquel alud de sensacionalismo y actualidad casposa, hallé un pequeño libro con las tapas de plástico gastadas titulado “El aprendiz de mago”. Comencé a leerlo con algo de desgana, pero me cautivó desde la segunda hoja. Narraba la historia de una chico estrafalario que un buen día conoció a un anciano en un parque, el cual empezó a explicarle los secretos de la magia y de cómo preparar potingues con hierbas que, empleando los hechizos adecuados, ayudarían a sus amigos a conseguir sus deseos.
El podólogo culminó su trabajo cuando aún iba por la mitad del libro
Sorprendido por tan inesperado hallazgo, ciertamente imprevisible en tal emplazamiento, le pregunté si podría llevarme el libro conmigo, prometiendo solemnemente que se lo devolvería cuando lo acabase.
El callista, centrado en recoger su instrumental, asintió con la cabeza sin levantar la vista. Ya en el zaguán, el hombre se me acercó sonriendo y me dijo:
-No te olvides de traerme el libro cuando acabes, ¿vale?. Si no lo haces, tendrás que venir a ayudarme como aprendiz a limar durezas y cortar uñas encarnadas.
Con toda la formalidad que podía tener a mis escasos 9 años, le prometí de nuevo que lo haría, asumiendo las consecuencias en caso contrario.
Cuando llegué a casa, reemprendí la lectura, quedándome fascinado por las aventuras del joven mago y su anciano maestro; llegué a apreciar tanto aquel libro, que yo mismo me negaba a devolvérselo al podólogo, pues me parecía injusto que algo tan bueno quedara de nuevo sepultado bajo las noticias de bodas de famosos y flirteos de celebridades descocadas. Por eso decidí que nunca le devolvería el libro a su propietario
Claro, que ello suponía que habría de cumplir con la palabra dada.
Así, al poco entré como aprendiz del callista, y conseguí que, al igual que al joven mago, se me revelaran ciertos secretos, mas en este caso sobre pies, uñas y juanetes. Al fin y al cabo, es una profesión bonita, y con los ungüentos que preparo ayudo a mis clientes a que vuelvan a caminar con comodidad.
Guardo en mi consulta el libro, bajo un montón de revistas del corazón, con la esperanza de que algún día un niño distraído venga y lo encuentre.
No me vendría mal un ayudante...
lunes, 26 de enero de 2009
LA SOBERBIA DE ÍCARO.
El otro día, mientras me abrochaba el cinturón en un avión de Air Berlín, me adentré en una profunda reflexión sobre cuál es la especie animal más agraciada de la Creación -labor intelectual sólo interrumpida esporádicamente por la visualización de las formas contoneantes de las azafatas de vuelo, hasta el punto de mezclar en mi subconsciente imágenes bíblicas del Génesis con escenas de películas de Jeena Jameson-.
En verdad, he de decir que siempre he considerado las aves como una especie muy superior al género humano.
No me refiero obviamente a las gallinas, los pollos y los pingüinos, ejemplo de seres rastreros incapaces de alzar el vuelo más de un palmo del suelo y que merecen el más cruel y masivo de los exterminios -acabando sus días en forma de shawarma elaborado en Calle Elvira, por ejemplo-.
Antes bien, me refiero a aquellas aves dotadas con la habilidad de volar; hasta el más insignificante, escuálido y piojoso gorrión es capaz de elevarse grácilmente por entre los cielos, disfrutando del gracioso don de la tridimensionalidad espacial: con la sola ayuda de sus alas y sin ningún tipo de artificio mecánico puede desplazarse hacia adelante y atrás, hacia los lados, y hacia arriba y hacia abajo.
Por contra, el ser humano es sólo capaz por sí mismo de caminar hacia adelante, hacia atrás y a los lados (a excepción de Jackie Chan, por supuesto, sobre quien investigadores de la Universidad de Arkansas han demostrado que no opera la ley de la gravedad).
Los aparatos voladores ingeniados y ejecutados por el desarrollo tecnológico no nos conceden sino una humilde ilusión de que surcamos el aire, quimera que nunca podrá sustituir la sensación de poder, dominio, control y libertad que puede sentir un ave, que en su vuelo sólo se halla limitada físicamente por tres factores:
- la fuerza de los vientos,
- el agotamiento físico, y
- el suelo. Por muchos jets, paracaídas y alas-delta que podamos utilizar, nunca podremos experimentar algo mínimamente equiparabale a la sensación de volar por nosotros mismos.
Y eso es lo que hace a las aves superiores al hombre.
Así que la próxima vez que veaís a un jubilado echándole migas de pan a una paloma en un parque, pensad que sois afortunados porque estáis presenciando "el acto por el que el más venerable anciano del consejo de sabios de la tribu humana rinde pleitesía al ser más poderoso y perfecto de la Creación".
Que San Rod Stewart os bendiga.
domingo, 4 de enero de 2009
De la innegable relación entre Toys'rus, la guerrilla tamil y los Reyes Magos
Siempre me ha llamado la atención la figura de los Reyes Magos.
¿qué mueve a tres señores mayores de diferentes razas y procedencias a ir por ahí regalando cachivaches a los niños? ¿se trata de una ONG de pensionistas noruegos? ¿o es más bien una red de extorsión a menores financiada por algún holding empresarial dedicado a la extracción de minerales -"si no te portas bien los reyes te traerán carbón"-?
De niño me fascinaba que tres individuos viniesen a La Chana a altas horas de la madrugada (me extraña que nunca les robaran los camellos) y que sin el conocimiento aparente de mis padres nos dejasen gratuitamente (eso sí que era lo que me chocaba) los regalos, que nunca eran los que yo quería (el superpowerman de Mattel con todos sus accesorios de combate, incluida la navaja de Curro Jiménez) pero que siempre me dejaban libros y tebeos (así he acabado, tontuno de tanto leer).
Y es más, ¿por qué extraño motivo dejaban también regalos para mí en la casa de mis tíos en el Zaidín? ¿y por qué dejaban regalos para mis primos en mi piso en la Chana? Hay que ser membrillo, ya que estamos, que dejen todo lo que es para mí en nuestro piso, y así mis tíos no tienen que venir el día 6 cargados como butaneros en el bus nº 4, que mira que es incómodo. Qué poco ergonómicos, estos reyes.
Creo que detrás de tan benigna figura se esconde algo oscuro y, digamos, siniestro, que quebranta nuestras leyes. A ver: ¿qué vinculación laboral tienen los reyes con los pajes? ¿tienen los papeles en regla cuando entran en España? ¿por qué no hay ninguna mujer reina maga, esto es, por qué no cumplen la ley de paridad de género que ha aprobado el gobierno de zapatero? ¿vienen del este, como las mafias rusas, para comprar Repsol? ¿acaso los juguetes que reparten cumplen con todas las normas sanitarias y de seguridad? ¿acaso no son sino pedófilos que aprovechan la sesión de fotos para tener a cientos de niños sentados en sus regazo? ;y en definitiva, ¿qué buscan a cambio de tanta bondad?
Amigos, lo que aparenta ser una caravana que nos trae ilusión y alegría no es sino una tapadera de un negocio de extorsión, delitos contra los trabajadores, fomento de la inmigración ilegal y trata de blancas.
¿qué mueve a tres señores mayores de diferentes razas y procedencias a ir por ahí regalando cachivaches a los niños? ¿se trata de una ONG de pensionistas noruegos? ¿o es más bien una red de extorsión a menores financiada por algún holding empresarial dedicado a la extracción de minerales -"si no te portas bien los reyes te traerán carbón"-?
De niño me fascinaba que tres individuos viniesen a La Chana a altas horas de la madrugada (me extraña que nunca les robaran los camellos) y que sin el conocimiento aparente de mis padres nos dejasen gratuitamente (eso sí que era lo que me chocaba) los regalos, que nunca eran los que yo quería (el superpowerman de Mattel con todos sus accesorios de combate, incluida la navaja de Curro Jiménez) pero que siempre me dejaban libros y tebeos (así he acabado, tontuno de tanto leer).
Y es más, ¿por qué extraño motivo dejaban también regalos para mí en la casa de mis tíos en el Zaidín? ¿y por qué dejaban regalos para mis primos en mi piso en la Chana? Hay que ser membrillo, ya que estamos, que dejen todo lo que es para mí en nuestro piso, y así mis tíos no tienen que venir el día 6 cargados como butaneros en el bus nº 4, que mira que es incómodo. Qué poco ergonómicos, estos reyes.
Creo que detrás de tan benigna figura se esconde algo oscuro y, digamos, siniestro, que quebranta nuestras leyes. A ver: ¿qué vinculación laboral tienen los reyes con los pajes? ¿tienen los papeles en regla cuando entran en España? ¿por qué no hay ninguna mujer reina maga, esto es, por qué no cumplen la ley de paridad de género que ha aprobado el gobierno de zapatero? ¿vienen del este, como las mafias rusas, para comprar Repsol? ¿acaso los juguetes que reparten cumplen con todas las normas sanitarias y de seguridad? ¿acaso no son sino pedófilos que aprovechan la sesión de fotos para tener a cientos de niños sentados en sus regazo? ;y en definitiva, ¿qué buscan a cambio de tanta bondad?
Amigos, lo que aparenta ser una caravana que nos trae ilusión y alegría no es sino una tapadera de un negocio de extorsión, delitos contra los trabajadores, fomento de la inmigración ilegal y trata de blancas.
Sin ir más lejos, ahora que soy mayor (o eso dice mi DNI), sé que entrar de noche en una vivienda por las bravas sin el beneplácito de su morador se llama allanamiento de morada con alevosía y nocturnidad. A ver, ¿qué coño hace la Policía? ¿cuántas órdenes de búsqueda y captura tiene que haber contra los reyes magos? que sean de oriente no es un problema, que para eso está la Interpol y la Europol. Y si se trata de cazarlos, joder, que todos los años se pasean el mismo día por la ciudad montados en una caravana mágica (que en realidad es el tractor del Mariano, pero bueno), digo yo que el 5 de Enero de algún año la pasma ya los podía haber trincado. Pero no, ahí siguen, burlándose de nuestro sistema policial y judicial como Pinochet.
Exijo por ello, como ciudadano de pro, al juez Baltasar Garzón que persiga a estos delincuentes allá donde se encuentren (allende nuestras fronteras, si es preciso) y los pongan a buen recaudo para evitar que vuelvan a allanar los pisos de las personas de bien, y evitar que perviertan a nuestra infancia y juventud, a la que protegemos al calor de nuestras casas, a salvo de cualquier peligro, mientras juegan plácidamente en la videoconsola a aniquilar otros seres.
Que San Rod Stewart os bendiga.
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