lunes, 26 de enero de 2009

LA SOBERBIA DE ÍCARO.

El otro día, mientras me abrochaba el cinturón en un avión de Air Berlín, me adentré en una profunda reflexión sobre cuál es la especie animal más agraciada de la Creación -labor intelectual sólo interrumpida esporádicamente por la visualización de las formas contoneantes de las azafatas de vuelo, hasta el punto de mezclar en mi subconsciente imágenes bíblicas del Génesis con escenas de películas de Jeena Jameson-.
En verdad, he de decir que siempre he considerado las aves como una especie muy superior al género humano.
No me refiero obviamente a las gallinas, los pollos y los pingüinos, ejemplo de seres rastreros incapaces de alzar el vuelo más de un palmo del suelo y que merecen el más cruel y masivo de los exterminios -acabando sus días en forma de shawarma elaborado en Calle Elvira, por ejemplo-.
Antes bien, me refiero a aquellas aves dotadas con la habilidad de volar; hasta el más insignificante, escuálido y piojoso gorrión es capaz de elevarse grácilmente por entre los cielos, disfrutando del gracioso don de la tridimensionalidad espacial: con la sola ayuda de sus alas y sin ningún tipo de artificio mecánico puede desplazarse hacia adelante y atrás, hacia los lados, y hacia arriba y hacia abajo.

Por contra, el ser humano es sólo capaz por sí mismo de caminar hacia adelante, hacia atrás y a los lados (a excepción de Jackie Chan, por supuesto, sobre quien investigadores de la Universidad de Arkansas han demostrado que no opera la ley de la gravedad).
Los aparatos voladores ingeniados y ejecutados por el desarrollo tecnológico no nos conceden sino una humilde ilusión de que surcamos el aire, quimera que nunca podrá sustituir la sensación de poder, dominio, control y libertad que puede sentir un ave, que en su vuelo sólo se halla limitada físicamente por tres factores:
- la fuerza de los vientos,
- el agotamiento físico, y
- el suelo.

Por muchos jets, paracaídas y alas-delta que podamos utilizar, nunca podremos experimentar algo mínimamente equiparabale a la sensación de volar por nosotros mismos.

Y eso es lo que hace a las aves superiores al hombre.

Así que la próxima vez que veaís a un jubilado echándole migas de pan a una paloma en un parque, pensad que sois afortunados porque estáis presenciando "el acto por el que el más venerable anciano del consejo de sabios de la tribu humana rinde pleitesía al ser más poderoso y perfecto de la Creación".

Que San Rod Stewart os bendiga.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi solución a la soberbia de Ícaro o al ingenio de su padre, Dédalo, es hacer paracaidismo. NO?

Anónimo dijo...

Huy qué bien te ha salido, nene...

Unknown dijo...

Tú volar igual no vuelas, pero la pluma la usas como nadie... Sigue ofreciendo a tus millones de fans artículos tan geniales como éste!! Un abrazo
PD: No eran los pájaros las ratas del aire!??